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Sólo la acción colectiva podrá liberarnos.

Sólo la acción colectiva podrá liberarnos. O, mejor dicho, sólo nosotras mismas podremos liberarnos a través de la acción colectiva. Ha sido a través de las fructíferas reuniones, de las horas y horas pasadas debatiendo, discutiendo, poniendo en común y diseñando líneas de acción que las mujeres hemos comenzado a organizarnos y a luchar por nuestra liberación colectiva. A veces, de formas más espontáneas. Otras, en convenciones planeadas, sindicatos estructurados, colectivas de base. Siguiendo esta línea de pensamiento, una podría preguntarse qué utilidad tiene contra el patriarcado y el capitalismo que yo deje de depilarme. Que me niegue a maquillarme “tapando mis imperfecciones” y “corrigiendo mis rasgos”. Que una compañera negra se deje el afro al natural. Que una compañera trans lleve el pelo corto y barba y que, en resumidas cuentas, nos esforcemos cada día más por demostrarnos a nosotras mismas y al resto del mundo el amor propio (o como mínimo la auto-aceptación) que estamos cultivando a través de nuestras decisiones cotidianas. No tengo la respuesta a esa pregunta, en tanto que estoy de acuerdo con lo que tantas mujeres afirman, haciendo alarde de su conciencia crítica: que en las decisiones individuales nunca residirá la clave para la liberación colectiva. Que si no nos organizamos, entre todas todo, nunca derrocaremos al capitalismo ni haremos caer al patriarcado. Porque los lemas de amor propio popularizados por igual desde revistas y anuncios publicitarios pertenecientes a grandes empresas lideradas en su mayoría por hombres millonarios, y desde pancartas y discursos feministas liberales, no van a cambiar el mundo. Está claro que un mensaje que tanto gancho tiene para el marketing más misógino, que promulga el ideal de mujer “fuerte e independiente” que se depila para “ser exitosa” y es “dueña de su propia sensualidad y belleza”, no iba a liberarnos a ninguna. Y a veces incluso ayuda a reforzar los cimientos de nuestra propia opresión, haciéndonos creer que estamos un paso más cerca de la igualdad que nos venden mientras nos depilamos “porque queremos” y nos tapamos los granos “porque nos apetece”. Sin embargo, sí que creo en el poderío que reside en las decisiones individuales en tanto que pueden ser un catalizador de cambios colectivos. Es decir, que si yo dejo de ponerme sujetador porque su uso es incómodo e insalubre y no lo necesito, o de utilizar relleno como mínimo; quizás mi hermana pequeña, o mi amiga, mi madre incluso sea la siguiente. Puede pasar lo mismo si dejo de comprar cuchillas desechables y crema depilatoria o corrector facial o ropa incómoda (pero “sexy”, siempre “sexy”) o zapatos de tacón o… la lista sigue y es interminable. Y al final del día estamos dejando de dar dinero a empresas que se lucran de nuestras inseguridades. A empresas que potencian que vivamos por y para nuestra imagen, demasiado absortas en nuestro aspecto físico y nuestro atractivo de cara a los hombres como para, no ya movilizarnos; sino vivir más y mejor. Pero, más allá del efecto dominó que pueden provocar este tipo de decisiones individuales y de su repercusión en las ventas de multinacionales misóginas, hay algo muy simple pero también muy significativo. Y es el hecho de que la mujer que se acepta a sí misma, no ya que se quiere, pero que se acepta es mucho más difícil de doblegar. La mujer que se conoce, que se respeta, que se acepta en definitiva no te deja salirte con la tuya tan fácilmente. Lucha por sus derechos aunque no sea en piquetes, manifestaciones y asambleas; lucha por sus derechos en su día a día, y no va a cambiar el mundo, pero sí su vida. No quiero caer con esto en la falacia de afirmar que dejándote los pelos pasas, de un día para otro y automáticamente, a ser una mujer asertiva y decidida. En absoluto. Pero es cierto que el auto-concepto y el trato que nos damos a nosotras mismas influyen en gran medida en el trato que estamos dispuestas a aceptar de los demás. Y claro que, al final del día, los hombres seguirán violentándonos directa e indirectamente; pero quizás empecemos antes a responder, a reaccionar. Porque nos hemos negado a quedarnos de por vida relegadas a ser meros objetos, a la condena de la eterna pasividad. Escribía antes que la mujer que se acepta a sí misma no va a cambiar el mundo, pero sí su vida. Y muchas mujeres cambiando muchas vidas y conociendo por fin las claves del auto-respeto estamos más cerca de permitirnos a nosotras mismas enfadarnos con el sistema que nos somete. Y las mujeres, enfadadas, nos organizamos. Y las mujeres, organizadas, sí que cambiamos el mundo. 


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