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Camino a los Oscars: The Post

  • Valentina De Rito
  • 28 feb 2018
  • 8 Min. de lectura

The Post: El valor de la libertad de expresión.

La discusión acerca de la libertad de expresión se remonta, posiblemente, desde que esta existe. ¿Quiénes son los encargados de proteger y velar por la libertad de expresión? ¿Es acaso absoluta? ¿A quién protege? ¿Por qué es tan importante? Y sobre todo, ¿Hay alguien que posea el derecho de limitarla, censurarla, acallarl

En The Post, Steven Spielberg se hace todas estas preguntas, y para responderlas, toma uno de los casos más emblemáticos en la historia de la prensa: La publicación de los Papeles del Pentágono, poniéndose de esta manera, en el centro de la mayor coyuntura mediática existente: Qué ocurre cuando la difusión de la verdad puede llegar a afectar la figura de un gobernante, o de un gobierno en su totalidad.

El largometraje da inicio sin tapujos ni enredos mostrando, en pocas escenas, la crudeza de la Guerra de Vietnam. Al día de hoy, es un hecho sabido (y en gran medida gracias a estos documentos) que dicho conflicto bélico no fue más que uno de los varios intentos de Estados Unidos de demostrar su supremacía frente al resto del mundo. Y sin embargo, un intento fallido, en el que una incontable cantidad de jóvenes norteamericanos perdieron su vida. Una cantidad inconmensurable de sangre derramada, tan solo para contribuir a la hinchazón del orgullo norteamericano.

Y aunque para nosotros esto no es más que mero conocimiento popular, en los comienzos de la década de los setenta, contexto en el cual se sitúa nuestra película, toda esta información no formaba parte del imaginario colectivo. A excepción de los jóvenes que se manifestaban en contra de la Guerra, nadie era capaz de adivinar no solo que la guerra era un caso perdido, sino que además el Gobierno norteamericano en sí mismo sabía que todos aquellos soldados iban a su propia muerte y aun así continuaban incentivando al pueblo en favor del conflicto, haciéndoles creer que, presidencia tras presidencia, cada vez estaban más cerca de la victoria. Nadie hubiese creído semejante cosa. Y es allí, precisamente, donde entra el rol de la prensa.

Podría decirse que The Post relata el proceso de publicación de Los Papeles del Pentágono, un documento relatando la actividad militar que se llevaba a cabo en Vietnam encargado por el entonces secretario de Defensa, Robert McNamara, interpretado en el largometraje por el siempre impecable Bruce Greenwood. Pero en realidad, The Post es mucho más que ello. Es un largometraje en donde existen dos protagonistas, ambas femeninas, ambas excesivamente complejas: Por un lado Katharine Graham, primera directora mujer de un periódico norteamericano, The Washington Post. Por el otro, la libertad de expresión y los múltiples intentos por parte del Gobierno de violentarla.

Al lidiar con semejantes temáticas, Steven Spielberg es el indicado para llevar adelante un proyecto de tal magnitud. Y es que al colocarse sobre sus hombros el largometraje, el director norteamericano parece moverse como un pez en el agua, manteniéndose dentro de su propia zona de confort. En efecto, la toma de decisiones de Spielberg es, desde el primer momento, correcta, al formar un equipo actoral infalible, encabezado por dos de los más grandes actores de la industria. Meryl Streep encarna a Katharine Graham con una grandeza que lleva su firma. Y es que la genialidad de esta actriz, (que con este largometraje alcanza su vigésimo primera nominación a los premios de la Academia), es tal, que vemos al personaje crecer con sutileza, de forma paulatina. La observamos transformarse de una mujer tímida y temerosa, que necesita de uno (o varios) hombres para legitimar sus decisiones, a una mujer que se enfrenta a un mundo de hombres pisando con firmeza, sin dudar, sin titubear.

Para comprender la complejidad detrás del personaje de Streep, es necesario situarnos en el contexto histórico de la película y entender que, en 1970, la idea de una mujer dirigiendo un periódico era prácticamente una utopía. Y este detalle es remarcado con la intensidad de un guión sumamente atento a los detalles y un trabajo desde la dirección de Spielberg que remarca el hecho de que Katharine Graham está donde está tan solo porque su marido, el previo director del Washington Post, ha fallecido. La propuesta en pantalla deja muy en claro desde el inicio que Graham es una mujer en un mundo de hombres, donde su presencia es meramente accidental, y su voz, sumamente débil. De hecho, el largometraje está tan atento a la importancia en lo mínimo, que es posible advertir esta premisa a partir del sonido: Uno puede advertir la presencia de Meryl Streep en pantalla al oír sus tacones, porque son los únicos zapatos que resuenan. El resto son tan solo mocasines de hombre.

Sin embargo, aunque el lugar ocupado por Graham puede haberle sido dado de manera accidental, una vez allí, y una vez que se enfrenta a un documento cuya publicación podría llevarla directo a la cárcel, Katharine se transforma frente a nuestros ojos. Con la majestuosidad que solo Meryl podría darle, se alza una mujer sin miedo. Una mujer imparable.

De pie junto a Meryl Streep, está ni más ni menos que Tom Hanks, y el cumplimiento del deseo de más de un aficionado del cine al ver a semejante dupla juntos en pantalla. Es inevitable que la química entre ambos sea excelente y fluya con la naturalidad que solo estos actores podrían haberle brindado. En la piel de Ben Bradlee, Tom Hanks encarna no solo a un compañero para la Katharine Graham de Streep, sino también a un amigo. Y la frescura de esa amistad es un logro que no por ser esperable, tomando en cuenta quienes la encarnan, deja de ser extraordinario.

Cómo Ben Bradlee, Tom Hanks no muestra ni una sola fisura. Se coloca en la piel de un editor, pero antes que eso, en la piel de un periodista de sangre fría y paradójicamente, sumamente apasionado. Como Bradlee, Tom Hanks encarna el significado de la vocación, la pasión por dar a conocer la verdad, la labor de la prensa en su concepción más pura: Estar al servicio de los ciudadanos, honrar a la libertad de expresión. Comunicar e informar la verdad, sin importar que tan cruda esta pueda ser, indiferentemente de a quién pueda perjudicar.

En The Post, no hay una gran mujer detrás de un gran hombre, ni hay un gran hombre detrás de una gran mujer. En The Post hay un gran hombre junto a una gran mujer, en una batalla inagotable en defensa de la prensa por la prensa misma, luchando para hacerle llegar al pueblo norteamericano la verdad. Se trata de un equipo que se mantiene unido y firme en la decisión de publicar los papeles a toda costa, incluso a sabiendas de que el Gobierno norteamericano liderado por Nixon había aplicado la censura sobre el New York Times por la difusión del documento. Incluso a sabiendas de que podían quedar en la ruina, tanto ellos como el Washington Post, su espacio de trabajo. Incluso a sabiendas de que podían apresarlos a ambos, se mantuvieron firmes, lado a lado. Y sin lugar a dudas, no podrían haber sido otros, sino Meryl Streep y Tom Hanks, unidos por primera vez en pantalla, con una química excepcional y un trabajo impoluto, quienes se encargaran de ocupar la piel de Katharine y Ben respectivamente.

Si bien la fórmula actoral es uno de los grandes puntos fuertes de este largometraje, dicha dupla poco hubiese sido sin el gran guión que, como una base fundadora, sostiene a la película durante su hora cincuenta de duración. Escrito por Liz Hannah y Josh Singer, es importante mencionar como este último fue uno de los guionistas en la mejor película del 2015, Spotlight, cuya trama también gira en torno a la publicación de información que podría resultar sensible o ‘peligrosa’ para una institución de tanto poder como lo es la Iglesia. De este modo, y al igual que Spielberg desde su puesto en dirección, es posible afirmar que John Singer se encuentra en una zona previamente recorrida por él mismo al momento de escribir, lo cual no es poco evidente. Del mismo modo que en Spotlight, The Post cuenta con un guión cuya fiereza y carácter se encuentran en perfecto balance con su tono sumamente emotivo y cargado de una fuerte sensibilidad, cobrando vida en pantalla a través de personajes que combinan el pensamiento racional y un increíble sentimentalismo. La suma entre ambos elementos da como resultado una obra movilizadora y atrapante, que mantiene al espectador al borde su asiento e incluso deja aflorar un sentimiento de conmoción y empatía con los protagonistas.

Al contar con un guión en donde la emotividad actúa como un factor de relevancia, esta es a su vez explotada por John Williams, otro de los grandes elementos que Steven Spielberg consiguió reunir para llevar adelante el largometraje. No es novedad que las composiciones creadas por Williams constituyen hitos de enorme importancia en la historia del cine. Y es que no existe una persona que no conozca el sonido con el que abren las múltiples películas de Star Wars, o la melodía característica de Jaws, capaz de ponernos a todos la piel de gallina. ¿Y cómo olvidar la memorable melodía capaz de ablandar cualquier corazón al observar a E.T. cruzar el cielo en bicicleta? John Williams es uno de los compositores más importantes que tiene y ha tenido el cine, y sus colaboraciones con Spielberg se remontan a muchos años atrás, por lo que no es casualidad que el director lo haya escogido esta vez para brindarle a The Post la carga emocional suficiente a partir de un sonido que oscila entre la tensión y la emoción constantes. Williams es un eslabón vital dentro de una cadena forjada por Spielberg, y dentro de esa cadena, otorga sin pretensiones un sonido limpio, sencillo, y sumamente necesario para hacer de The Post la película que es, y para provocar en las audiencias, los sentimientos que provoca.

El lanzamiento de The Post coincide con un momento políticamente correcto para abordar los puntos sensibles en donde la película centra sus tensiones. Sin ser uno más importante que el otro, el largometraje no solo roza sino que toca directamente cuestiones tan contemporáneas como lo son el rol de la mujer en el ambiente laboral en conjunción con la consecuente minimización de sus opiniones tan solo por el hecho de ser mujer, y al mismo tiempo que mantiene una línea a partir de la cual dicho tema no pierde sino que va realzando su importancia a medida que la película se desarrolla, en paralelo aborda directamente el intento desde el Gobierno de acallar a los medios masivos, un disparo directo a quemarropa cuyo receptor no es ni más ni menos que Donald Trump. Incluso cuando en la película el rival principal es Richard Nixon, las comparaciones son tan obvias como intencionales, a saber, por el apuro de Steven Spielberg de lanzar la película a finales de un 2017 en donde el rol de la prensa fue continuamente atacado por el Gobierno norteamericano. The Post traza una línea de puntos a partir de la cual las figuras presidenciales se erigen como villanos que atentan contra el pueblo, mientras que periódicos como The New York Times y The Washington Post son los superhéroes quienes, sin capa pero con máquinas de escribir, se ocupan de salvar a los individuos de la ignorancia a la que el gobierno de Nixon (y anteriormente Kennedy y Johnson) los somete en un intento por no perder nunca el orgullo que caracteriza al nacionalismo norteamericano.

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Steven Spielberg lleva adelante este proyecto y toma, una tras otra, todas las decisiones correctas. Desde dos protagonistas y un elenco infalibles, pasando por un guión escrito de forma inteligente, dinámico y sentimental, contando con John Williams para musicalizar su obra y lanzándola en el momento perfecto, The Post es una película acerca del valor de la verdad y la importancia de la libertad de expresión. Nominada a Mejor Película y Mejor Actriz para Meryl Streep, es considerada la más ‘convencional’ dentro de las películas que este año consiguieron sus nominaciones a las preciadas estatuillas otorgadas por la Academia. Tanto por los cuestionamientos que plantea como por los caminos que recorre, The Post es la veneración de la libertad de expresión. Porque, y citando a la película en sí misma, la prensa libre está pensada para servir a los gobernados, y no a los gobernantes. Y al final del día, de eso se trata todo.


 
 
 

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