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Coco:  La música es mi lengua, y el mundo es mi familia

¿Qué marca dejamos en el mundo? ¿Qué van a rememorar de nosotros cuando ya no estemos? ¿Cuánto va a durar nuestro relato hasta que comience a desvanecerse?

Pixar perfecciona cada vez más el arte de tocar las fibras de incluso el más insensible de la audiencia. Coco, el nuevo éxito de la compañía, consigue hacernos acurrucar en la butaca del cine (o en la silla de casa) armándose con esa inquietud universal e inescapable, uno de los fenómenos de más variada interpretación y cuya idea nos desveló, nos desvela y nos va a seguir desvelando cada vez que su fantasma se alza en nuestros pensamientos: la muerte. No la muerte como fin, como causa de sufrimiento, ni como punto de giro narrativo; sino la muerte como extensión de la vida, como un mundo enlazado al nuestro, como paraje final, acogedor y seguro. ¿Y qué mejor lugar que México, con su célebre festividad del Día de los Muertos, para servir de escenario a ésta concepción?

La historia, dirigida ésta vez por Lee Unkrich y Adrián Molina, sigue a Miguel Rivera, un joven de doce años amante de la música y reacio a renunciar a su sueño pese a que las imposiciones de su familia de zapateros se le interponen. Eventualmente, y aun así sin morir, pasa a formar parte del Mundo de los Muertos, lugar que le va a ser funcional a su objetivo: ahondar en su linaje en busca de ese miembro que le haya transmitido su pasión y que, más que nada, la comprenda.

Pero la música en Coco es más que el sueño de Miguel. Es la fuerza motriz de la película: mata y revive, une y separa, oculta y revela. Los números musicales hacen avanzar al relato, crean conexiones entre los personajes y forjan su caracterización. El ejemplo perfecto es Recuérdame, una melodía hermosa que se repite más de una vez a lo largo del largometraje. Recuérdame evoluciona y se resignifica junto con Miguel y la concepción que tiene sobre sus parientes. Música y familia: dos elementos que Miguel imaginaba irreconciliables, y que Recuérdame consigue unificar. Porque si hay algo que Coco hace, al fin y al cabo, es apelar a la idea de familia como unidad de contención y soporte. (“No quiero que me hagan elegir. ¿Por qué no me apoyas tú? Eso es lo que hacen las familias: apoyarse”). Por lo tanto parecería justo decir que Coco es una oda a la música y a la familia ¿no? Lo creo insuficiente. Porque el nivel de detalle puesta en la realización es impresionante, desde la astuta inserción de los alebrijes y los pétalos de cempasúchil o flor de muertos, hasta la graciosa “aduanización” del paso de los muertos al Mundo de los Vivos, sin mencionar a los simpáticos personajes (porque Coco se asegura de que todos tengan su momento de brillar). Y me veo obligada a compartir mi experiencia personal: debe ser la primera vez que voy a ver una función orientada a un público infantil sin escuchar quejas ni un millón de dudas inocentes. El universo de Coco, lleno de colores vibrantes, luces, vida (¿o muerte?), asombro y movimiento, mantuvo a toda la audiencia maravillada de principio a fin. Es innegable que Pixar llevó su animación a un nuevo nivel.

Y se preguntarán, ¿qué tienen que ver las preguntas que hice al principio de la reseña? Bueno, es que mi paraje final tiene que ver con el tono. En más de una ocasión, Coco orbitó alrededor de temáticas profundas. Ideas como “morimos realmente cuando nos olvidan”, “va a llegar un día en que van a dejar de contar nuestra historia” y “si no trascendemos, nos vamos a volver polvo y vamos a estar doblemente muertos” están representadas de forma gráfica (y dolorosa), y si bien, como ya mencioné, Pixar sabe cómo dar un golpe bajo, nunca jugó tanto con incertidumbres, temores hondos y preguntas sin respuestas. Considero que esto es lo que hace que la película se vuelva excepcional.

Entonces, ¿Coco es una oda a la música y a la familia? ¿O también a la muerte y a la vida? ¿Y al olvido? ¿Y a la memoria? ¿Y a México? Es seguro que todos estos elementos se enlazan para crear una historia que, cuando llega el momento de los créditos, nos deja con los ojos aguados, una obligación de mantener vivas las historias de quienes ya no están, y la motivación para siempre, siempre honrar nuestras pasiones. Quizá sea adrede que la película finalice con una nueva versión de la cíclica Recuérdame. Va a ser difícil no recordar a la maravillosa Coco y a esa sensación de calidez y seguridad que me generó pese a que yo, como tantos otros, no celebro Día de Muertos.


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