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Crónica del día en que me volví la nada

10:00 AM: me despierta el denso del vecino taladrando la pared. Le doy la bienvenida a un día que no parece diferir de los demás, salvo por la resaca. Desde mi ventana vislumbro una mañana fría y soleada, una mañana de sábado, una mañana de vacaciones de invierno: el mejor comienzo para un día de descanso que voy a disfrutar.

10:30 AM: desayuno un vaso de agua, mi hígado no da más. Sola, porque mamá y papá salieron a trabajar. Mientras me río en el grupo de Whatsapp de mis amigas de la noche de ayer, miro el noticiero. Que Maldonado, que Anahí, que Gala. “A la gente se la tragan las grietas en la tierra como a los dibujitos”, pienso. “¿Cómo pueden no estar? Están ahí, tienen que estar”.

11:00 AM: escucho un poco de música mientras miro sin ver algunas historias de Instagram. Siguen los reclamos por Santiago y los escraches a violines. Bajo el celular un poco y me permito entristecer. “Cuántas vidas arruinadas, y cuánta suerte tengo”, me digo. Pero rápidamente vuelvo a las historias de Instagram. Me prometí disfrutar este día.

11:30 AM: salgo a comprar un poco de pan para hacerme unos sánguches de milanesa para almorzar. Aunque la panadería está acá la vuelta, la distancia es suficiente para que una camioneta con los vidrios bajos disminuya la velocidad. Uno de los caballeros que la ocupa saca la cabeza y me dice “Cómo te chuparía esa conchita”. Fino como un licuado de locro. Hundo las manos en los bolsillos, hundo todo mi cuerpo en mi abrigo, me hundo toda en mí, como si quisiera desaparecer en mi ropa. Me apuro a entrar al almacén y comprar el pan. Tras ojear que no haya nadie afuera, vuelvo a casa trotando.

12:00 AM: empiezo a hacer las milanesas. De fondo se escucha más Santiago, más Anahí. La angustia que me genera es insoportable, así que pongo otro canal al azar, donde están pasando una película que ni conozco.

12:30 AM: como, sin ganas, pensando en la cantidad de chicos en pedo que nos gritaron grasadas a mis amigas y a mí ayer a la noche, en plena calle, y en las veces que tuvimos ganas de simplemente meternos en cualquier previa con tal de evitar la incomodidad y constante sensación de paranoia. ¿Qué habría pasado si hubiese estado yo sola?

13:00 PM: fue mala idea comer con esta resaca. También fue mala idea despertarme con tres horas de sueño. Así que me tiro a la cama, me pongo a boludear con el celular, y me quedo dormida. Sueño algo con mis amigas. De esos sueños en los que pasás de un lugar a otro sin saber cómo lo hiciste. Me acuerdo que nos perseguía gente, en la calle, en un pasillo, en un boliche. Nos perseguía algo y nos costaba correr. Típico de los sueños, donde no te funcionan las piernas.

16:00 PM: me despierta la puerta de casa. Escucho pasos en el pasillo, y mi papá se asoma en mi pieza. Me dice “llegué”. “No me di cuenta”, le respondo, para joderlo. Él apaga la luz y sigo durmiendo…

17:30 PM: …hasta las cinco y media. Desde la cocina llegan las voces de mamá y papá, y el sonido de la pava eléctrica cuando el agua hirviendo no da más y suelta humo como un volcán. Agarro el celular, veo las fotos de ayer que mandaron mis amigas. Eso me da una buena dosis de buen humor. ¡Qué manera de ponerse en pedo!

18:00 PM: me levanto así nomás, toda babeada y despeinada. Mi mamá se ríe. “Ah bueeeeno”, dice. Tomo unos mates con ellos. Surge el tema de qué vamos a comer. “Hay una pizza en el freezer”, nos recuerda papá. Hay pizza, pero falta el queso. Mamá dice que va a buscar, pero veo su cara de haber trabajado de más en el local, y me ofrezco a ir yo.

18:15 PM: salgo un poquito más tarde porque no me gusta andar por ahí crota, babeada y con aliento a almuerzo mal digerido. No llevo el celu, sólo la plata. No vaya a ser que me roben o algo así. Miro el cielo: ya casi es de noche. Detesto el invierno. Fijo la vista en el camino que tengo por delante, en la fría y solitaria vereda. Son dos cuadras hasta el súper nada más.

18:17 PM: cruzo la calle de la próxima cuadra y no hay absolutamente nadie. Un auto gira en esa misma esquina, atrás mío. Repito: no hay absolutamente nadie. El auto frena unos metros más adelante, aún con el motor prendido. Lo miro de reojo y noto que es gris y que tiene los vidrios polarizados. No hay absolutamente nadie. Escondo mi cara en mi abrigo y apresuro el paso. Quiero correr, pero no me permito ser así de prejuiciosa. “Seguro son personas que viven por acá”, me tranquilizo. No hay absolutamente nadie. De la parte de atrás del auto bajan dos tipos. Ahora somos tres. Están abrigados hasta la nariz. “Y sí, hace frío”, sigo tranquilizándome. Se acercan a mí, y de repente no puedo seguir caminando. Se acercan a mí, se acercan a mí.

18:18 PM: y me nace echarme a correr. Me siento como en el sueño de hoy, tengo las rodillas hechas de gelatina. A mi boca entran ráfagas de frío pero no salen gritos, no puedo gritar, ni siquiera sé si los tipos me querían a mí, pero no puedo gritar. No llego ni a la esquina. Me agarran del abrigo y me tapan la boca con una manota. De repente peso mucho y las piernas me fallan. De repente no peso nada y mis brazos no tienen fuerza. Me arrastran para atrás, para atrás, para atrás.

18:19 PM: no me puedo zafar. No puedo ni gritar. Y yo lloro, y lloro, y no puedo pensar en nada. El otro tipo me agarra de las piernas y me mete en el auto. Acá hace calor, y afuera no hay absolutamente nadie. No veo un carajo, no veo caras, salvo los lamparazos de mercurio de la calle alumbrando el asiento del conductor de vez en cuando. Estoy en un auto, estoy en un auto. Tengo que llevar queso para la pizza. Una mano en la cintura me hace reaccionar: pateo, pateo todo lo que puedo, grito, grito hasta que me duela la garganta. Y la ciudad sigue pasando por la ventanilla.

18:20 PM: Anahí, Santiago, las grietas en la tierra. Pateo. Quiero irme a casa. El queso, el queso para la pizza. Mis papás iban a cenar pizza. “¡Mamá!”, grito bajo la mano en mi boca, como si ella pudiera escucharme. Y me la imagino buscándome, esperando escuchar ese mismo grito. “¡Mamá!”, repito. Pateo, pateo, pateo, pateo. Un brazo entero intenta inmovilizarme las piernas.

18:21 PM: y entonces siento algo alrededor del cuello. Siento dos cosas: manos que me atan algo. Y sigo gritando por mi mamá. ¿Es un cordón, una soga? Forcejeo con todo el cuerpo. Me duelen los músculos, me duele la garganta, no doy más, no doy más. Los lamparazos de mercurio, la ciudad que pasa por la ventanilla, el mundo, parece que recorrimos toda la Tierra en auto. De repente no puedo hablar. Me aprietan la garganta. No puedo hablar, no puedo gritar, me ahogo en mi saliva, en mi aire, en mis palabras, en mi grito.

18:22 PM: me duelen los pulmones, el pecho. Levanto las manos, intento arañar a través de las capas de ropa de esta gente, intento arañar sus caras. El pulso me golpetea en el cuello, ese que siguen apretando. Pienso en mis amigas jodiéndome con mi papada. Eso es lo último que pienso.

19:04 PM: siento un terror crudo, frío y ciego, como si estuviera despierta y consciente en un oscuro pozo sin fondo. Me llega aire a los pulmones. Estoy en un suelo duro. Muevo un dedo, siento pasto seco, pinchoso. Tengo frío, mucho frío, en todo el cuerpo, como si estuviera desnuda. Y escucho murmullos. Pero no entiendo nada. No entiendo nada, no pienso nada, no tengo nada en la cabeza. Nada, nada. Abro un poco los ojos. Veo un suelo nocturno, una mano aferrando un celular que libera un flash hacia mi dirección. Y siluetas, siluetas que me mantienen sujeta al suelo. Qué frío que hace… Pero a ellos no los veo, ni siquiera me veo a mí. No entiendo nada. No sé dónde estoy, ni qué hora es. Nada, nada. Toda yo soy nada. No entiendo nada.

19:05 PM: más murmullos, más murmullos. Y de nuevo, la presión en el cuello. El proceso se repite: no puedo respirar, no puedo gritar, no puedo tragar. Pero esta vez no intento nada. No intento nada. No hago nada. No entiendo nada. Nada. Soy nada. Me volví nada. Y así, toda nada, vuelvo a encarar la nada.

19:06 PM: …

19:07 PM: …

19:08 PM: …

19:09 PM: …

19:10 PM: …

19:11 PM: …

19:12 PM: …

19:13 PM: …

19:14 PM: …

19:15 PM: …


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